El poder de la comunicación en la radicación de la violencia contra la mujer
La COVID-19 no solo ha puesto en una posición sumamente difícil a los Gobiernos de todo el mundo, sino que ha vuelto a poner sobre la mesa una serie de brechas y desigualdades que viven diariamente las mujeres. La crisis sanitaria ha venido acompañada de un repunte de denuncias de violencia física y sexual, precisamente en un momento en el que los esfuerzos de los servicios de salud, de las fuerzas del orden y de los albergues están enfocados en hacer frente a la pandemia.
Según la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (CEPAL), en el 2018, teníamos una terrible cifra: una mujer era asesinada cada dos horas en América Latina a causa de su género. Para noviembre del siguiente año, el número de feminicidios en América Latina ascendía a 3,800 casos. Estas cifras constituyen la punta del iceberg que se oculta tras el silencio estadístico, la tolerancia social y la impunidad contra la violencia de género.
Hoy, la violencia de género es una de las formas más generalizadas de violación a los derechos humanos. Vulnera el derecho a la vida, a la seguridad personal, a ser tratados iguales ante la ley, a la dignidad y a no ser sometidos a torturas o tratos degradantes. Y, pese a estar contemplado en el Artículo N.º 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la Constitución del Perú, la situación no ha cambiado. Esto se visibiliza en las cifras registradas en la Defensoría del Pueblo y en la Policía Nacional del Perú: 1011 mujeres adultas y 2557 menores desaparecidas. Según estadística del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP), de enero al 30 de setiembre de 2020, los Centros de Emergencia Mujer (CEM) atendieron 3.096 casos de violación sexual. Es decir, cada día al menos 11 mujeres y niñas son víctimas de violación en el país.
La violencia de género es indivisible al abuso de poder. Por ejemplo, el poder basado en el género, donde los hombres se asumen o son percibidos como dominantes frente a las mujeres. El poder social, con factores como la presión social y el bullying. El poder económico, donde a menudo es el hombre quien controla los ingresos del hogar o el acceso a bienes y servicios, mientras la mujer asume labores domésticas total o parcialmente. El poder político, por la baja representatividad de las mujeres al frente de Gobiernos u ocupando escaños parlamentarios u otros cargos de toma de decisión a nivel mundial.
Una herramienta útil para medir cuánto hemos avanzado en esta lucha es el Índice de Tolerancia Social (ITS). El ITS es el porcentaje de mujeres y varones de 18 años a más que muestran tolerancia social hacia la violencia contra las mujeres. Considera indicadores como el discurso presente en los medios y las comunicaciones organizacionales, porque es mediante esta narrativa que una sociedad cuestiona o reafirma actitudes o creencias. En el año 2013, el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables del Perú informó que el ITS era de 52.1%. Lamentablemente, a pesar de las campañas de concientización y activismo social, en el 2019 esta cifra aumentó a 58.9%. Es decir, casi el 60% de los peruanos toleran la realidad de violencia de género a la cual están expuestos.
¿Cómo podemos impulsar el cambio desde el lado organizacional? Los grandes cambios surgen desde el momento que asumimos el problema como tal y decidimos enfrentarlo. Para ello, debemos tener el compromiso y el deber de informar con transparencia y veracidad. La fuerte exposición de información que hoy vivimos, gracias a las redes sociales y a la transformación digital, nos debe volver aún más responsables del impacto que tienen nuestros mensajes en la sociedad y en nuestros colaboradores.
Las transformaciones institucionales de la última década no han acompañado el ritmo de los cambios sociales y normativos, lo que se contrasta con la creciente conciencia social respecto de la gravedad de este problema. La pandemia ha obligado, prácticamente, a que las organizaciones se reinventen para poder sobrevivir. Esta reinvención debe ir acompañada de un fuerte y estratégico rol de su comunicación corporativa. Es fundamental que no ignoren una problemática tan grave como violencia de género, que golpea tan fuertemente a nuestra sociedad.
En primer lugar, la etapa de visibilización y concientización del problema será lo que nos ayude a sentar las bases del porqué hoy la organización pone foco en estos temas. Utilicemos información contextual y estadística para presentar los casos de violencia contra la mujer y que nuestros compañeros conozcan cuál es la verdadera realidad del país; eso sí, respetando la dignidad y el derecho de cada víctima a su buena imagen y reputación. Además, difundamos datos relevantes sobre los servicios de atención a casos de violencia como la Línea 100 del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, que da consejería y soporte emocional a las personas afectadas o involucradas en hechos de violencia. O la Línea 1819 del Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo, que brinda orientación legal y apoyo emocional a las personas que se sientan víctimas de acoso sexual en su centro de labores.
Es esencialmente relevante acompañar todas las comunicaciones con mensajes potentes en donde se rechace todo tipo de vulneración y en donde la víctima sea apoyada y no juzgada. Por ejemplo, podemos compartir experiencias positivas de mujeres que han superado la situación de violencia y, así, no solo ser un agente de información, sino también de cambio al ofrecer mensajes de aliento.
Ahora bien, los líderes de la organización son personajes clave en la estrategia de comunicación interna o externa que decidamos realizar. Desde el inicio, deben estar presentes para involucrar a todos los colaboradores a promover el mensaje de fondo: “En esta institución no toleramos actos de violencia”. La estrategia de comunicación será un canal para evidenciar la cultura organizacional; es decir, la forma de sentir y actuar de la empresa cuando no los están observando. De aquí radica la coherencia entre lo que se dice y lo que se vive. Los miembros de la institución deben ver trasladado este mensaje de fondo en los valores, principios, actitudes y decisiones que se tomen en la organización y que, efectivamente, impacten en su bienestar.
Ahora más que nunca, en el mes de la eliminación de la violencia contra la mujer, sumémonos a esta lucha. No descansemos hasta que la violencia contra la mujer deje de estar normalizada. Desde cualquier rol se puede transformar a la sociedad. Solo es cuestión de proponérnoslo para que más mujeres vivan libres y sin violencia.
Por: Katherine Campos y Meylin Alarcón; coordinadora de capacitaciones y comunicaciones y analista de comunicaciones en Videnza Consultores, respectivamente.