Cooperación en coma
Por estos días en que el ruido político parece coparlo todo, se está gestando una crisis a la que deberíamos estarle prestando mucha más atención: la caída sostenida del financiamiento mundial para el desarrollo.
En los últimos 25 años, el aumento significativo de la ayuda internacional en sectores claves como la salud permitió reducir en más de la mitad la mortalidad infantil evitable y las muertes prevenibles por enfermedades infecciosas como el sida, la tuberculosis y la malaria. Sin embargo, en una reciente entrevista para el diario español “El País”, Mark Suzman, director ejecutivo de la Fundación Gates, la mayor organización filantrópica del mundo, advierte: “No tenemos todavía los datos, pero es muy probable que este sea el primer año del siglo XXI en el que veamos un aumento de la mortalidad infantil evitable, en el que probablemente volvamos a ver un aumento de los casos y muertes por malaria y por VIH. Dada la brusquedad de muchos de los recortes que se han producido en la primera parte de este año, especialmente por parte de Estados Unidos, pero no exclusivamente, ya podemos ver el impacto, especialmente en África”.
El directivo participó la semana pasada en Sevilla en la IV conferencia de la ONU sobre financiación para el desarrollo, junto con más de medio centenar de jefes de Estado y de Gobierno. A su juicio, tras la pandemia, los países ricos están dejando de cumplir los compromisos que asumieron en la llamada “era dorada” de la cooperación, mientras los países de renta media y baja enfrentan niveles de endeudamiento asfixiantes. La combinación es peligrosa. Y lo que está en juego es el bienestar –y muchas veces la vida– de millones.
La magnitud del problema es difícil de exagerar. En el África subsahariana, uno de los principales focos de acción de la Fundación Gates, el 70% del gasto en salud depende de financiamiento externo. En otras regiones, la situación es menos dramática, pero igualmente precaria. La cooperación internacional ha perdido tracción política y visibilidad mediática. Las prioridades de las grandes potencias se han reordenado hacia sus propias crisis: inflación, seguridad, migración, populismo. La ayuda al desarrollo, mientras tanto, queda como lo que muchas veces ha sido: lo primero que se recorta.
Cuando se debilitan los sistemas de salud en los países más pobres, se abren las puertas para nuevas pandemias. Cuando el hambre o la falta de oportunidades empujan a miles de personas a migrar, los efectos se sienten en todo el globo. Y cuando los programas que empoderan a niñas y mujeres se reducen por falta de fondos, retrocedemos décadas en equidad y desarrollo.
La paradoja es que las soluciones existen. Suzman lo recuerda: una de las mejores inversiones que puede hacer cualquier país rico es destinar recursos a salud y educación en los países más pobres. No (solo) por razones de justicia global, sino porque es rentable. Las vacunas salvan vidas y evitan crisis sanitarias; la educación de las niñas reduce la pobreza y frena la sobrepoblación. Y, sin embargo, hoy cuesta más convencer a los gobiernos de mantener ese compromiso.
Como advierte Suzman, “las inversiones que no se hagan hoy se pagarán caro mañana”. Y ese mañana llegará más pronto de lo que creemos. Si algo nos enseñó la pandemia, es que la salud global no conoce fronteras. Y que la indiferencia es siempre más costosa que la acción. Pero esa acción no debe venir de organizaciones filantrópicas, cuyo rol es ejercer como catalizadores, sino de los propios Estados. Son ellos quienes deben llevar el peso de la cooperación y las políticas de desarrollo. Y, salvo honorosas excepciones, no están cumpliendo esa tarea. “Diario El Comercio. Todos los derechos reservados.”
Columna de opinión de Janice Seinfeld, presidenta de Videnza, publicada en el diario El Comercio.





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